Puestos a construir una perspectiva de arquitectura, lo que nos importa es la mirada que se tiene sobre el proyecto. Porque allí es dónde se concentra la mayor energía del trabajo. ¿Qué planteo explica mejor la idea? ¿Dónde se ubica el observador y a qué altura en referencia al objeto? ¿Qué vemos en el entorno? Todas las respuestas a éstos y otros interrogantes, son decisiones que deben tomarse ante el papel en blanco.
La mirada contiene, inclusive, la composición del cuadro que finalmente será la perspectiva.
Luego nos enfrentamos a la ardua tarea de combinar un mundo de ideas y cuerpos geométricos con una pretendida realidad de calles y gentes y la ilusión de ver un espacio tridimensional en las dos dimensiones que conforman el plano. Esta etapa que necesariamente debe ser fiel al proyecto – cuya condición le da sentido y realidad al dibujo- es muy creativa, puesto que la mirada no es justamente algo estático y puntual, sino que puede indagar en el espacio. De este modo, los volúmenes pueden girar, se adivina qué hay a sus espaldas , comienzan a sugerirse luces y sombras como un lenguaje independiente que se superpone al que ya comenzaba a concretarse.
Los argumentos del proyecto se revelan y del diálogo interno entre la geometría y la expresión, surgen dibujos y pinturas plásticamente interesantes por sí mismos, independientemente de lo que ilustran.
Estos dibujos acompañan al diseño en su proceso de gestación, ayudan a comprender y, comunicar las etapas de un proyecto… alentando silenciosamente a la creación de la arquitectura.